No es el título de una película expuesta en una gasolinera abandonada. Es real. D., monja de intachable trayectoria, al mando de un respetable colegio, abandona todo lo desechable para jugar a los médicos con una compañera de profesión. Fundidas en un solo cuerpo, más animales que nunca, abandonan sus hábitos a diario sobre la moqueta de un hotel barato.
Poderosas han debido de ser las razones que han impulsado a estas dos criaturas a ponerle los cuernos al mismo Dios. Violado tan casto compromiso, solo queda el amor y el sexo, la sed de carne, y un incontestable deseo de alquilar su felicidad y sus vergüenzas a las voceras de su calle.
Aquellas niñas, antiguas alumnas de la hoy contumaz máquina de amar, que vacilen si rechazar o aplaudir su conducta, tal vez debieran mirar debajo de su ombligo, acariciar su alma, y dudar. Pensar, en fin, si las ganas de desnudarse ante la gente, de traslucir toda su dicha, son monopolio de seglares, o tesoro de la humanidad.
(Fotografía de PhotoCapy)
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